Reseña/

 

Samper Pizano, Daniel

Antología de grandes reportajes colombianos

Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A.; Bogotá-Colombia, 2001, 445pp.

 

Hay personas y situaciones que uno nunca olvida. De lo primero, los profesores, y, de lo segundo, nosotros en el aula escuchando lo que dicen. Aquí un concepto —resumido en una oración— que aprendí cuando aún estaba en los primeros cursos de redacción periodística en la universidad. El profesor dice: ¡Mucho cuidado! La línea que separa alperiodismo de la literatura es muy frágil. Tras dos años de estudiar géneros, aún siendo alumna, un golpe casi contundente: En cuestión de géneros no todo está dicho. Las reglas se pueden romper. Y basta echar un vistazo a los diarios para saber que es así. A los profesores, ayer como hoy, todavía nos es difícil entender y hacer entender que en periodismo no todo es cuadriculado, que la literatura tiene mucho que ver con periodismo y que no todo en periodismo es literatura. Línea frágil, sí, pero con criterio.


Después de leer la quinta edición de la antología de Samper, vuelven las ideas. ¿Qué hace que algunos reportajes permanezcan en el tiempo? ¿Por qué ciertos escritos —por su originalidad de forma— además de comunicar hacen imperecederos a los personajes y hechos sobre los que versan? ¿Qué hace que un reportaje de la década de los cincuenta pueda ser leído hoy como si la historia hubiera ocurrido ayer? Samper nos muestra cuarenta reportajes que no nacieron de las reglas, sino de la investigación y del talento personal. Escritos por quienes han ido notificando la historia del periodismo en Colombia, por los culpables de la evolución del género en este país. En pocas palabras, por quienes plasmaron en papel las historias que luego iban a servir para que los académicos inventaran las definiciones perpetuas.


Samper asegura que, en Colombia, la entrevista y la crónica originaron el reportaje moderno, un género que considera reciente en su país. En su antología ha valorado también la importante influencia del cine que dinamizó la manera de contar historias, cambiando las nuevas técnicas de narración. Y es que, bueno o malo, el influjo ha sido potente, a tal punto que resulta difícil encontrar un reportaje completamente puro. "Son fronteras borrosas las que se tienden entre ellos, y con frecuencia se escriben notas que podrían ser reportajes acronicados o entrevistas con rasgos de reportaje" (p. 14). Consideraciones a tener en cuenta a la hora de escudriñar el criterio seguido para la clasificación de los artículos recopilados bajo el título de "grandes reportajes colombianos". Advierte, entonces, que es posible encontrar reportajes entendidos en el sentido estricto de la palabra, otros con rasgos de entrevista o crónica.


Samper dice que el reportaje exhibe un linaje literario que, en sí mismo, lo hace de fascinante lectura; es también la mayor herramienta periodística que descubre a los pequeños y sencillos seres humanos que, "aunque apabullados por las estadísticas y relegados por el estruendo de la guerra, siguen siendo protagonistas y víctimas del momento histórico que les ha tocado vivir" (p. 36). Nosotros añadiríamos que, obviamente, el género en sí mismo no es de valor literario, pues hay Reportajes y reportajes. Lo que los hace diferentes es el talento y la disciplina de los escritores-periodistas que cuentan la historia.


El mismo García Márquez, en su Obra periodística, publicada en 1981, afirma que un buen reportaje es aquél en el que el redactor de un diario recoge la noticia y la explora hasta sus últimas consecuencias. Samper, en "El día que envenenaron a Chiquinquirá", escrito cinco años después del envenenamiento masivo que dejó 65 muertos en ese lejano pueblo colombiano, trajinó las suelas de sus zapatos para entrevistar a los sobrevivientes y a los familiares de las víctimas, se enteró de qué había pasado en sus vidas después de la tragedia, husmeó en los partes policiales y los expedientes judiciales. Luego, en su taller de artesano de las letras, nos dibujó la historia que hasta hoy se sigue leyendo como ayer. Un trabajo periodístico explorado, como diría Gabo, "hasta sus últimas consecuencias". Y es precisamente eso lo que nos muestra el libro, pues 40 veces nos queda claro que el mejor periodismo literario es el periodismo mejor investigado.


En cuanto al autor, hablar sobre el mismo Samper podría resultar reiterativo, dada su trayectoria que lo catapulta entre los mejores periodistas del ranking colombiano —no poco mérito teniendo en cuenta la tradición de buenos reporteros que ha dado este país— con renombre dentro y fuera del continente. Sus columnas publicadas en diarios como El Tiempo de Bogotá han tenido miles de seguidores. Es interesante aquella consideración suya sobre cómo en Colombia se pasó de valorar la capacidad dialéctica o ínfulas literarias" —como él la califica— a una capacidad de exposición ideológica que llevó a los literatos a comunicar lo que acontecía en el mundo.
El reportaje, como un género periodístico, vale no tanto por la originalidad en la forma sino por lo que se dice a través de él, lo que no debe desdeñar lo primero. En "Setiembre sangriento en Chile", Enrique Santos Calderón narra el trágico golpe de estado en Chile y el ataque de la Fuerza Aérea de este país contra el palacio la Moneda, que acabó con la vida del entonces presidente Salvador Allende y su modelo de socialismo democrático. El valor de esa narración no sólo está en las proezas verbales del autor, sino en lo que nos cuenta: un hecho histórico que cambió el destino de un país —y de América del Sur— con el extra de que él estuvo allí para decírselo al mundo.


En este libro están recopilados los trabajos de periodistas como Eduardo Castillo, JoséJoaquín Ximénex, Juan Lozano y Lozano, Gabriel García Márquez. Ellos se hicieron en las salas de redacción de periódicos como El Tiempo de Bogotá, El Espectador, Cambio 16, La Razón, Semana, La Prensa, El Universal, Sucesos, El Heraldo, Cromos, Momento, entre otros. Se recogen artículos de Gonzalo Arango, Germán Castro Caycedo, Enrique Santos Calderón, PlinioApuleyo Mendoza, Felipe González Toledo, y muchos otros personajes que dieron origen a ese dicho de los años cincuenta de que "todo periodista colombiano es buen escritor a no ser que le demuestren lo contrario".

 

La compilación es una lectura obligada para quienes quieran echar un vistazo a la historia del periodismo colombiano, y en general para conocer, a través de estos escritos, la realidad del país del café. Una recomendación que también recibí estando en clase es leer buen material, idea compartida por quienes, de alguna manera, estamos —ahora— involucrados en la tarea de formar alumnos dentro de las universidades. Samper asegura en su presentación —un interesante estudio sobre el origen del reportaje, su definición y técnica—, que la etapa de la redacción es difícil, pero que es una cuestión de ósmosis. Y también que "los mejores maestros son los textos de buenos autores".

 

Por Raquel Ramos Rugel

 

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