Reseña/
Ryszard Kapuceciñski
El ABC del señor K
El Imperio (1993, 357pp.), El Sha o la desmesura del poder (1987, 177pp.), El Emperador (1978, 202pp.)
Anagrama, Barcelona, Traductor: Agata Orzeszek; Barcelona
Lo llaman `el artesano de la historia', `el periodista-poeta' y lo consideran `el reportero del siglo'. Él dice que simplemente es un `reportero del Tercer Mundo', que ha leído muy poco en su vida y que cuando empieza una nueva aventura no llama a casa en meses. K es Ryszard Kapucecifiski, el periodista polaco que con su escritura ha reafirmado el terreno del conocido literary journalism o periodismo literario, contando los acontecimientos que, en las últimas décadas, han cambiado el rumbo de la humanidad. Ha cubierto a sus setenta años 17 revoluciones en 12 países del mundo. El ex imperio soviético, el Sha de Persia y Halie Selassie, el emperador etíope, son algunos de los protagonistas principales de los veinte libros que ha publicado en su idioma natal.
Kapucecifiski nació en Pifisk en 1932. Pasó su infancia en un barrio donde casi no había libros, sólo una voluntad de sobrevivir a la pobreza de la II Guerra Mundial. No se crió en un cuarto de juegos ni fue como Joyce, que escribía cartas admirables a los doce años, sino un muchacho común de la posguerra. Su formación literaria empezó en la secundaria, en un colegio con una diminuta biblioteca: "El primer libro que leí no tiene ninguna importancia. Eran las memorias de un muchacho de escuela secundaria en la Polonia del siglo XIX", dijo en una entrevista publicada en la revista Cambio de México. En ella explica la razón de su escasa formación literaria en sus primeros años: "Gente como Joyce nació en los apartamentos de sus padres y sus abuelos que estaban llenos de libros. Yo nací en una familia muy pobre que vivía en la parte oriental de Polonia. Al estallar la guerra, Piñsk fue ocupada por las tropas soviéticas. "Tuvimos que huir hacia Polonia central y vivir en una aldea aún más pobre y analfabeta, donde no había ningún libro". Y el recuerdo de la ex -URSS le quedó vivo en su memoria: su primer encuentro con el Imperio tuvo lugar junto al puente que une la pequeña ciudad de Piñsk con el Sur del mundo.
K es un talento que se descubrió en una sala de redacción de adolescentes de la Polonia de la posguerra. Su trabajo consistió en recorrer el mundo para notificar los acontecimientos más resaltantes de la época. Desde 1958 fue corresponsal único de la agencia de noticias polaca. Su labor no fue nada fácil porque K siempre quiso diferenciarse del resto de reporteros. No quería ser, como él dice, ese típico periodista que persigue la noticia como la mayoría de corresponsales de otras agencias internacionales, sino interpretar mediante su propia experiencia la realidad en la que estaba inmerso. Cuando reporteó la caída de la ex URSS (El Imperio, 1993) viajó más de tres veces por sus 15 repúblicas, habló con los pobladores y vivió el hambre de su gente. Mientras que otros reporteros llamaban (desde Moscú) a sus jefes en Nueva York, Londres, Madrid, y reporteaban lo que necesitaban confirmar. Dice K que "ahí ya no eran independientes, ya no eran reporteros, sólo seguían las órdenes de sus jefes...". Recuerda que en Senegal se refugió en una aldea en donde las gentes se reunían en las noches a contar historias. "Por supuesto había que entender el idioma y todo lo que sucedía; era el momento más literario del día, toda una poesía". Experiencia bastante difícil y enriquecedora para comprender la verdadera África.
Los mejores reportajes los escribió cuando en su oficina central nadie sabía dónde estaba. Los escritores lo llaman el Ulises del siglo XX: ha recorrido el mundo más de treintaitrés veces en el último año (2001); ha ido a la Siberia Oriental; ha vivido con las tribus del continente negro; se ha infiltrado en el Palacio de Etiopía para vivir de cerca los últimos días del emperador, mientras su mujer, la Penélope moderna, lo esperaba en Polonia tejiendo y destejiendo la realidad. Su periodismo es tan sacrificado que por recopilar información viaja a aldeas que muchas veces carecen de luz eléctrica y medios de comunicación. Esto no le permite el contacto continuo con su mujer. "No le escribo cartas ni la llamo por teléfono cuando estoy trabajando. Hay que viajar solo, aprender un idioma, involucrarse con la gente y no puedes estar pensando en tu familia".
Como periodista, K tiene un fino olfato para percibir atmósferas y establecer contactos que le revelan las claves de una situación. Se basa en los hechos minuciosos para retratar una realidad. "En Donetsk vi una mujer que vendía pezuñas de vaca. Vi el cuadro en una de las callesprincipales: la Universitétskaia. La mujer, de pie y helada de frío, se frotaba las manos detrás de la mesa en que tenía expuesta su mercancía: unos cuantos pares de pezuñas de vaca descamadas. Me acerqué a ella y le pregunté para qué servían. Se pueden usarpara hacer sopa, contestó, en laspezuñas hay grasa" (El Imperio, p. 284). Por ello, indica que la profesión del periodista es una manera de vivir y de pensar: "Requiere algo de sentido de misión y de visión". Cuando se encuentra con estudiantes de primer a~o les dice "si ustedes quieren todavía tiempo, todavía son jóvenes, si pueden hacer algún otro trabajo no hagan nada de esto, porque si no están comprometidos con la profesión, ésta se puede convertir en un quehacer de cosas automáticas". Es que el peligro consiste en la rutina y creer que cuando se aprende algo ya lo sabemos todo. Uno debe formarse permanentemente.
K se siente culpable si deja de leer o de escribir en algún momento del día. Se considera un pobre reportero que "desgraciadamente" no tiene la imaginación de un escritor de novelas. Dice, que de haberla tenido, jamás hubiera viajado a esos lugares que retrata en sus grandes reportajes. Pero cree que si se logra escribir sobre lo que sucede en el mundo, se le da un mayor peso. "Sabemos que no podemos llegar a descripciones plenas con el periodismo convencional. Debemos tratar de aproximarnos, es por ello que los reporteros buscamos ayuda en los métodos de la literatura de no ficción para enriquecer
nuestro periodismo; pero no el periodismo diario de acontecimiento, sino periodismo de profundidad". Se testifica en sus obras y en la investigación minuciosa de cada una de ellas.
En El Imperio (1993), relata los tres momentos más importantes de la ex URSS: su formación, su proceso y su caída. Está escrito, como él mismo K explica, en forma polifónica, donde transitan cantidad de personajes, lugares e historias que podrán reaparecer varias veces, en épocas y contextos diferentes. Utiliza elementos de investigación y observación como también comparación: "Stalin ordena la demolición de la másgrande edificación sacra de Moscú (el Templo de Cristo Salvador que tardó cuarentaiocho años en construirse) {...} Imaginémonos que Mussolini, que en aquella época gobierna Italia, ordena derribar la Basílica de San Pedro de Roma. Imaginémonos que Paul Doumer, que por aquel entonces es elpresidente de Francia, ordena derribar la Catedral de Notre Dame de París {...} ¿Somos capaces de imaginarnos algo semejante? No " (El Imperio, p. 111). Pero Stalin terminó derribando el Templo y lo convirtió en el Palacio de los Soviets, imponiendo la supremacía comunista sobre la religiosa.
K elabora un tratado histórico con matices de novela. Por ello, lo consideran "el mejor reportero internacional que ha inventado un género distinto% entre el reportaje y la crónica, el testimonio y la novela. Sus grandes reportajes son arte, son literatura, una verdadera lección de historia contemporánea sin ser necesariamente un compendio atiborrado de datos. No obstante, como se señala en el prefacio de El Imperio, en contra de los principios de la polifonía, el producto final no acaba en una síntesis definitoria y definitiva, sino que —muy al contrario-se desintegra y se desmorona como la URSS a principios de los noventa.
En El Sha o la desmesura delpoder (1987) su descripción es precisa al relatar la caída de Irán y su hundimiento en la miseria. De esta obra, los críticos declaran que el autor salta, con la concisión y la libertad de un poeta, de un detalle fragmentario a otro, elaborando un mosaico nervioso de una cultura definida por el terror. Desvela la fuerza con la que se sostiene un poder y la fuerza que lo mina. ´Elpoder es quien provoca la revolución. Desde luego no lo hace conscientemente. Y, sin embargo, su estilo de vida y su manera de gobernar acaban convirtiéndose en una provocación" (p. 137).
Los críticos indican que El emperador (1978), otra de sus obras, es su libro más logrado. Elabora un rompecabezas de una Etiopía más próxima a las pesadillas de Las Mil y una Noches. Se ha dicho que este libro puede leerse simultáneamente como una crónica de la realidad en Etiopía, una alegoría de la situación en Polonia, una parábola sobre la autocracia, y como literatura del más alto rango es sutil, elegante, irónica y absorbente. K viajó a Etiopía, se sumergió en un país azotado por una confusa guerra civil, y cautelosamente, superando desconfianzas y temores, logró entrevistar a los antiguos dignatarios de la corte imperial, así como a los servidores personales del Emperador. Los relatos orales que forman este libro son sobrecogedores, tragicómicos.
K al dar una conferencia como invitado en la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), que preside García Márquez, dijo que le tocó como periodista ver los dos sucesos más importantes en la historia del siglo XX: la migración del campo a la ciudad y la descolonización. A eso le dedicó toda su vida, a explicar los efectos de aquellos hechos, reproducidos finalmente en sus libros. Por cierto, los personajes y los países elegidos por K tenían todo para fascinar al público mundial: la mezcla de poder, destinos trágicos, corrupción, exotismo y fortunas fabulosas, resultaba irresistible. Pero el gran éxito de Kapuceciñski no se basa meramente en la hábil elección de temas, sino en su sensibilidad de percibir realidades que podrían pasar desapercibidas, en la calidad de su observación, además de su prosa, y en el hecho de que no vacila en dedicar años de investigación y de viajes para compenetrarse con la mentalidad de los pueblos sobre los que escribe.
Por Susana Montesinos Tubée